Creer que así sea, no es delito (si vieran lo que me fumé, entenderían!).
Rockero porque donde haya una pista vacía, la llena de rock con giros indescifrables que suele ocurrir cuando seguido de noble improvisación, se suelta. Lo vas a encontrar nadando entre vinilos históricos, colgando algún poster, luciendo camperas, vinchas o en las tachas de la pilcha de Pocha. El rockero tiene moto, no la tiene, sueña tenerla o no la tendrá nunca. Sabe de rock o simplemente lo siente sin saber nada. Así la fauna rockera, es prolíficamente sobreviviente a las épocas porque acepta su diversidad. Sobrevive la nostalgia en tiempo presente delirando con sus dioses: de Elvis a Pappo, del vinilo a cd y del baño a la heladera en busca de un par de latas de cerveza, y sin nada que reprocharse (porque es de convidar). El rockero es un código en sí mismo, con el sano rechazo al estereotipo porque no busca parecerse. Busca ser. El sujeto vivió, consumió, leyó (o que se yo) el festival de "Monterrey Pop" (1968) o Woodstock del `69. Quizá por quiera saber de dónde viene ese "jugo de tomate frío" que según Manal "en las venas deberás tener". Al fin de cuentas, el rockero adquiere parte de su saber histórico cuándo se encuentra completamente desinhibido y en esa condición influenciable de ritmos, construye guiños imperceptibles que cumplen con una misión: cultivar su propio camino. Así es como alcanza su madurez rockera, yendo feliz y resuelto por la vida, porque se hizo de un amigo inseparable que tiene voz, guitarra, bajo y batería: Nuestro Señor Rock and roll.
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