CRÓNICA DE UN ROCKERO CRÓNICO.
El rockero de esta historia padece de un trastorno de identidad disociativo, cuyos patrones navegan en los extremos de su angustia. El planteo gira en términos alarmantes, porque al sujeto le viene pasando a menudo y gira porque baila y si no baila, se marea en su propio trastorno. De modo que para identificar un perfil del otro, debería clasificarlos en “A”: (sufre los espacios vacíos) y “B”: (también sufre, pero en sitios multitudinarios). “A” se pregunta (a horas de comenzar el baile): -“vendrá la gente?”-; mientras que “B” se queja: -“No hay una mosaico libre para poder bailar!”. Al "todo" y a la "nada", el hombre le adjudica el mismo valor: “sufrimiento galopante seguido de impaciencia”. A media trasnoche su ansiedad gana en calma debido a que las distancias que separan a lo "poco" de lo "mucho" comienzan a achicarse. Su “A” y “B” se normalizan. Pero lejos de resolver el problema, aparece “C”. Y quién es “C”?. Se los presento: el llamado trastorno obsesivo compulsivo. Como el sujeto se halla sentado a un lado de su mesa, comienza su irritante obsesión por ordenar todas sus pertenencias que necesita ubicarlas simétricamente: Que el vaso se encuentre perpendicular a la botella de cerveza con la etiqueta mirando hacia la pista; Que el celular en paralelo a los cigarrillos y sobre los Philips Morris, el encendedor; caramelos agrupados en dos filas y por colores (los de tonalidades cálidos a la izquierda, y los fríos a la derecha), servilletas superpuestas prolijamente acomodadas por sus puntas, cosa que la última no deje ver las que se encuentran debajo; El celular encendido para que se vea que tiene faceboock, y así cualquier otra cosa que se encuentre en esa superficie, lo irá ubicando luego de calcular la posición correcta teniendo en cuenta el resto de los objetos, como si ello resolviera el propósito de su presencia, que no es otra cosa que la de bailar!. El asunto neurológico se soluciona cuando por fin es atrapado por un sutil e imperceptible guiño femenino. Abandona la mesa, gana la pista y sale a hacer lo que mejor hace: moverse al ritmo que propone el disk jockey. Tras cuatro o cinco rock and roll, invita a la dama a su mesa. La mujer, desconociendo el NTMC del sujeto (No Toques Mis Cosas) y sin mediar permiso alguno, le desparrama todos sus objetos, dejando el riguroso orden del amigo compulsivo, convertido en un perfecto desorden que en cualquier otra circunstancia, se llamaría reto, o duelo o (si lo amerita) guerra!. Y en ese preciso instante, justo ahí es cuando “A”, “B”, y “C” se desvanecen por completo. Desaparecen las letras, cambia el lenguaje y el rockero -enamorado- baila como nunca, y como nunca antes se asume protagonista teniendo (por fin!) con quien hablar y sonreír. El destino quiso que se tratara de una encantadora rockera que -por la gracia de Dios- no padecía de EAC (Esquizofrenia Asimétrica Contagiosa) y porque si la cosa no pasó a mayores es porque el rock (al menos para nuestro crónico rockero)- significan dos cosas: amor y paz.Saludos al gran Fito y sus fitomaníacos seguidores.
Aldo Daniel Blejman
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